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No. Es una estupidez.
Empleo esa palabra lo más lejos de un insulto. La uso en el sentido preciso que indica la Real Academia Española: se trata, dice el tumbaburros, de una “enorme torpeza en comprender las cosas”.
Quien afirme que la tarea docente la puede realizar (bien) cualquiera, sin contar con una preparación profesional de alto nivel, lo que enuncia sólo anuncia su ignorancia. Pocas frases han hecho tanto daño.
El origen de una falacia
No fue una frase nueva. La frivolidad inculta en cuestiones educativas tiene larga historia. Sin embargo, fue reiterada con desparpajo por el entonces Secretario de Educación, Aurelio Nuño, durante el sexenio del Pacto por México (2012-2018). En esos años, el poder legislativo funcionaba como aplanadora: PRI, PAN, PRD y partidos menores votaban en automático reformas que no leían. El ejecutivo, además, tenía el control absoluto de la Suprema Corte de Justicia.
Nuño, en ocasiones, intentaba matizar la frase, añadiendo que «cualquiera podía enseñar… si aprobaba el examen del INEE». Una aclaración que, en lugar de corregir, agravaba su falta de comprensión sobre los asuntos educativos.
El desprestigio del magisterio
En los últimos años se ha reiterado la necesidad de “revalorizar” (¿o será «revalorar»?) la figura del magisterio. La reforma anterior se basó en su desprestigio sistemático, promovido desde medios de comunicación y con el respaldo de élites empresariales y políticas. A muchos les resultaba ofensivo que los profesores mexicanos no tuvieran pinta de finlandeses.
¿Se ha conseguido revertir ese desprestigio? En la letra de la ley se les ensalza. En los discursos del próximo lunes 15 de mayo (Día del Maestro) abundarán los elogios y los lugares comunes. Pero el reconocimiento real de la docencia como una profesión clave para el desarrollo del país está aún muy lejos.
¿Por qué no se valora la docencia?
Propongo una hipótesis: la enseñanza tiene mala prensa por simple desconocimiento. Aún se repite esa frase simplona que dice: “el que sabe, hace; y el que no sabe, enseña”. Dedicarse a la docencia se percibe, para muchos, como un fracaso profesional. Estudiar en una Normal es, en la percepción común, la última opción cuando no se logró entrar a una universidad.
En el fondo, no se puede valorar el trabajo docente si no se comprende su complejidad. Requiere formación rigurosa, pensamiento crítico y habilidades reflexivas de alto nivel. El desprecio a la labor docente, tanto en educación básica como superior, proviene de esa falta de entendimiento.
Incluso en la educación superior, quien sólo “da clases” y no investiga es visto como parte del “clero bajo”, lejos de los espacios donde se respira la soberbia intelectual.
¿Entonces, quién puede enseñar?
En realidad, el que sabe, hace. Y el que enseña, es quien comprende por qué el que hace, hace lo que hace.
Una docencia en serio implica crear ambientes de aprendizaje donde el estudiante pueda apropiarse de la lógica detrás de los procesos del mundo. Lograrlo requiere sapiencia, empatía y rigor.
Con esta visión, la docencia es esencial para el desarrollo de un conocimiento autónomo y crítico.
Antes de juzgar el trabajo de un maestro, pensemos cuántas veces hemos tenido que explicar algo… y no nos entendieron. -Autor desconocido.